DIETA ANTICÁNCER Y BOMBONES

Comer… ¡está de moda! …a nadie le cabe la menor duda.

Esta actividad humana tan necesaria en lo fisiológico como común en nuestra cada vez más compleja vida social, ha ganado en los últimos años un espacio mediático insustituible, compartiéndolo con actores, políticos y cantantes de moda. Hasta tal punto esto que, no hace mucho, recuerdo de qué manera don Luis –cocinero de El Tablao– quería que su hijo Luisito fuera un prestigioso abogado y se me viene a la cabeza ahora más de un letrado que desearía que su hijo dedicara su vida a la elaboración de maravillosos platos, con los que hacernos disfrutar en compañía de familia y amigos. Y es que, para los amantes de la buena mesa, no hay mejor noticia.

A nadie escapa en el medio sanitario que alimentación equilibrada y salud van de la mano. Desequilibrios dietéticos se asocian a menudo a enfermedades cardiovasculares o al cáncer, entre otras.

En mi entorno mediterráneo, cómo no, mi apoyo incondicional a través de estas sencillas letras, a un modelo de dieta sana y si es posible divertida, como método útil en la prevención de enfermedades y para el mantenimiento de un estado de bienestar en su más amplia concepción.

Obviamente, cuando algo se pone de moda –atención: peligro de superficialidad, frivolidad y oportunismo–, algunos iluminados, armados con dos libros de cocina y un especiero bien dotado, nos creemos chefs dispuestos a asombrar a incondicionales amigos y familiares y otros, a modo de peligrosos chef-doctors on-line, tratan de abordar la curación de enfermedades aplicando dietas terapéuticas basadas en la inclusión o exclusión de determinados alimentos.

En el ámbito en el que me muevo es más que frecuente escuchar en pacientes con cáncer afirmaciones como: «Doctor, he eliminado la leche de mi dieta” o “no tomo azúcar… Aunque quisiera con locura tomarme un bombón, no. No quiero perjudicar a mi enfermedad…” y los más ilustrados o sofisticados amigos de internet: “Tomo cúrcuma y un preparado de apio, brócoli y zumo de perejil con dos cucharaditas de bicarbonato y tres comprimidos de vitamina C, que sabe a rayos y me cuesta 40 € a la semana, pero de esta manera sé que tengo más opciones de curar mi cáncer…».

El dudoso éxito de estas pautas y alimentos de difícil ingesta y en ocasiones nada baratos se pretende sustentar, por un lado, en explicaciones mecanísticas más o menos lógicas, aunque no contrastadas ni demostradas: «la leche es parecida al veneno para ratas», «el azúcar alimenta el cáncer» o «el cáncer es un problema de acidez por tanto la dieta ideal es la alcalina…», Y por otro, cómo no, en el miedo y el deseo natural de sanación que desarrolla todo ser humano como eficaz mecanismo de defensa ante la noticia de la enfermedad.

Pero en medicina cualquier avance que se produce debe demostrar su beneficio en el entorno contrastado de la experimentación científica; es decir, debemos exigir la constatación en un ensayo clínico de que el grupo de pacientes que eliminaron el azúcar de su dieta vivieron más (y mejor) que aquel otro grupo que decidió (aparentemente de forma irresponsable) echar una cucharada de azúcar en el café de la mañana o tomar un delicioso bombón de vez en cuando… En la misma línea, sería ideal (necesario) poder establecer alguna pauta y dosis así como, si es posible, determinar en qué tipos de tumores es útil dicho intento de terapia dietética y qué justifica como beneficio a la salud mirar con deseo un trozo de tarta de cumpleaños y no tomarlo.

Hasta el momento, seamos claros, esto no se ha conseguido demostrar ni para el azúcar, ni para la leche, ni para ninguna de estas dietas milagrosas elaboradas por los modernos chef-doctors.

Mientras tanto, mi querido paciente con cáncer, mi recomendación es doble: NO a los sacrificios dietéticos injustificados y SÍ, disfrute, al igual que el resto los mortales, de la buena comida en la mesa manteniendo –siempre mejor en buena compañía que solo– una dieta equilibrada y si le apetece –por qué no–, también de un bombón de vez en cuando.

Juan de la Haba

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